sábado, 22 de agosto de 2009

Sesión 11: DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO

ORIENTACIÓN EDUCATIVA III
QUINTO DE BACHILLERATO
TERCER SEMESTRE

DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO
En el tema anterior se estudiaron algunas características y consecuencias de la globalización y el neoliberalismo, y dentro de éstas, sin lugar a dudas encontramos también algunos beneficios que vivimos en la comodidad de nuestras casas y que en ocasiones no nos permite ver las consecuencias ni el precio que tendríamos que enfrentar.
Ahora trataremos de revisar con más criticidad el uso y abuso de la ciencia, nuestra ética y compromiso con la humanidad.
A partir de la Segunda Guerra Mundial, se observa el uso de la tecnología y la ciencia no para el bien humano sino para su destrucción masiva (bombas, proyectiles, armas biológicas).
La inserción de los productos del conocimiento científico nunca fue tan invasiva socialmente como en los últimos años. Así como la técnica genera más técnica, la producción engendra más producción. La superproducción es absorbida por energías destructivas, como la industria bélica o el consumo basado en la obsolescencia.
Hacia mediados del siglo pasado las aplicaciones tecnológicas ya no pueden ocultar sus efectos destructivos. Incluso, la ciencia que se vanagloriaba de surgir desde la investigación básica en pos de la búsqueda de la verdad por la verdad misma, comienza a surgir desde la tecnología para buscar la eficacia por la eficacia misma.
En este caso el impacto entre ciencia y sociedad es interactuante porque la tecnología ha invadido el mundo. Y este mundo que produce técnicas sofisticadas se mueve a su ritmo. Actualmente sería ingenuo mantener una posición que rechazara absolutamente el quehacer científico. Pero sería ingenuo así mismo adherir sin crítica a este desarrollo desmesurado y no consensuado socialmente de la tecnociencia.
En El siglo de la biotecnología, dice Jeremy Rifkin:
La nueva ciencia genética despierta más cuestiones inquietantes que cualquier otra revolución técnica de la historia. Al reprogramar los códigos genéticos de la vida, ¿no nos arriesgamos a interrumpir fatalmente millones de años de desarrollo evolutivo? ¿Acabaremos por ser alienígenas en un mundo poblado de criaturas clonadas, quiméricas y transgénicas? La creación, la producción masiva y la liberación a gran escala en el medio ambiente de miles de formas de vida sometidas a la ingeniería genética, ¿no causarán un daño irreversible a la biosfera y convertirán la contaminación genética en una amenaza aún mayor para el planeta que las poluciones nucleares y petroquímicas? ¿cuáles son las consecuencias para la economía mundial y la sociedad de que el acerco genético mundial quede reducido a mera propiedad intelectual patentada, sujeta al control exclusivo de un puñado de multinacionales?
La tecnociencia actual, sus beneficios, peligros e implicancias éticas fueron evocadas en los primeros gritos de alerta - al promediar el siglo XX- acerca de las posibles consecuencias nefastas de algunas aplicaciones biotecnológicas. Y efectivamente hacia el final del segundo milenio se comenzaron a constatar ciertas derivaciones médicas y agropecuarias no deseables surgidas de las tecnologías recientes.
La biotecnología industrial tiene su origen en investigaciones académicas en microbiología. Pero en los últimos veinte años del segundo milenio, varios universitarios de elite se plegaron al mercado aportando los logros de la investigación básica al mundo instrumental de la economía. Se desató así el espectacular despliegue de la ingeniería genética que permite obtener cambios hereditarios en distintos tipos de organismos, mediante la inserción de un material foráneo al ADN de cualquier ser vivo. Estos cambios implican riesgos, como la resistencia de ciertos organismos a los antibióticos o la permanencia, por generaciones, de errores surgidos de manipulación genética y expandidos por el planeta.
El descontrol de las recombinaciones genéticas motivó la creación de mecanismos de supervisión legal en el Primer Mundo desde la década de 1980. A partir de ello, algunas empresas internacionales avanzaron sobre países del Tercer Mundo, los cuales no están regulados legalmente para proteger a su gente, flora y fauna de los riesgos que implican estas investigaciones, y aquí se encuentran haciendo diversas experimentaciones que pueden afectar gravemente a estos países. Ahora bien, en nuestro país, desde hace diez años, existen reglamentaciones estatales respecto, por ejemplo, de los cultivos transgénicos. Pero la normativa apunta al uso propuesto y desatiende el proceso mediante el cual el producto fue originado. Las manipulaciones genéticas y sus posibles consecuencias flotan en la incertidumbre.
A la luz de estas realidades ya no se pueden dejar de considerar las problemáticas éticas relacionadas directamente con la aplicación tecnológica, como la ingesta de elementos biológicos humanos a través del consumo de productos transgénicos, la contaminación de alimentos con sustancias consideradas prohibidas por grupos religiosos o naturistas, o la perdida de límites entre lo público y lo privado. En las tecnologías recombinantes se llega al absurdo de la pérdida de autonomía sobre cultivos o cuerpos si han sido modificados genéticamente y patentados como productos biotecnológicos. Como corolario de este tipo de manipulaciones se puede citar la enfermedad de la vaca loca, es decir, un efecto negativo surgido de la transvaloración de los recursos naturales.
¿Los fines justifican los medios?
Se afirma que el único objetivo de la ciencia es la búsqueda de la verdad. De este modo, los gestores de la investigación, los integrantes de equipos de investigación y los mecenas científicos estarían exentos de responsabilidad moral respecto de los nuevos conocimientos.
La religión de la tecnología, sea cual sea el coste humano y social, está reforzada por un entusiasmo por la novedad inducido por el mercado. Esta fe popular, subliminalmente consentida e intensificada por extremistas empresariales, gubernamentales y mediáticos, inspira una deferencia sobrecogedora hacia los tecnocientíficos y hacia sus promesas de liberación mientras desvían la atención de asuntos más urgentes. De este modo, se permite el desarrollo tecnológico sin restricciones, sin reflexión sobre los objetivos, sin valoración de los costes y de los beneficios sociales.
Los defensores incondicionales del progreso científico dicen que nada debe detener el desarrollo de la ciencia. No se detienen a reflexionar sobre las consecuencias éticas, naturales y sociales que trae aparejadas cada nueva técnica. Estas reflexiones deberían comenzar antes de las investigaciones básicas y no (como estamos haciendo ahora) frente a la consumación técnica.
El vacío de significado surge, entre otras cosas, porque las ciencias naturales se desarrollan más rápidamente y con mucho más apoyo económico que las ciencias humanas y las políticas sociales. Además, las inversiones en investigación humanística son ínfimas comparadas con las inversiones en tecnología dura. Esto provoca grandes desajustes entre la sofisticación técnica, los valores, la legislación y las condiciones concretas de vida de la población en su conjunto. Existe indiferencia hacia las inquietudes éticas, económicas, psicológicas, espirituales, así como ante las injusticias sociales. Habría que debatir, consensuar y construir objetivos valiosos que surjan de intercambios comunitarios, sin apelar prioritariamente al éxito económico y la prolongación incondicionada de los ciclos vitales, sino considerando la calidad y el sentido de la vida.
Martín Heidegger vio en el predominio del sistema tecnocientífico una consecuencia del olvido del ser. Todo olvido produce un vacío y aquello que está vacío tiende a ser colmado. Dado que ningún ente puede llenar este hueco, sólo queda la posibilidad de una ininterrumpida producción técnica que lo obvie.

En todas partes donde el ente nos parece deficiente –y todo parece deficiente para el insaciable querer del querer del hombre moderno- es necesario que se introduzca la técnica y, abusando de las materias primas que la Tierra-Patria le ofrece, produzca en masa sucedáneos industriales o post-industriales que alimenten nuestras voraces apetencias.

Y así se origina ese infernal círculo de producir para consumir y del consumir para producir que ha venido a ser el único acontecimiento verdaderamente notable del mundo actual.

Lo que la técnica, la tecnología o la tecnociencia ponen en juego hoy, a través de determinados proyectos de manipulación genética en el hombre, es su esencia, lo somete al peligro de una insidiosa y criminal deformación.

La única razón de ser de los productos es ser vendidos y usados. Tienen poca consistencia y vida efímera. Cuando se acumulan y no se gastan, se devalúan, se rebajan para acelerar su uso y consumo y… para quitarlas de en medio como sea. Casi todos los objetos-productos que nos rodean, obra del moderno sistema de la tecnociencia, son fungibles a corto plazo, en complicidad con el sistema económico basado especialmente en el consumo.

El mundo tiende a aparecerse ante nosotros, a desvelarse, como un enorme almacén de existencias (productos en existencia).

Pero es que también le ha llegado el turno a la Tierra. El hombre abandonado a su imperio que es el del tener más, el del consumir, ha dispuesto de todo el planeta como existencia. Y así también aquí es pertinente hablar de existencias o de reservas, de cereales, petrolíferas, etc. Toda la Tierra es un inmenso almacén.

Pero este almacén tiene una peculiaridad: no todas sus existencias se pueden reponer mediante la acción continúa de la tecnociencia y su disposición inmoderada no permite su renovación a un coste razonable. Además, para empeorar la situación, la carencia de esos objetos a los que se ha recurrido no se renuevan o lo hacen muy lentamente y su carencia no sólo nos priva de ellos sino que nos altera, nos modifica el hábitat, la morada, nuestra forma de vida…el uso de inmoderado de los recursos nos conmueve, nos altera y nos da miedo…. ¿Podrá la tecnociencia salvarnos?

Pero es que el asunto va más lejos, nosotros mismos no somos sino existencias en este mundo tecnocientífico. Fíjense: Hablamos de “recursos humanos” en vez de personal o personas, mucho más digno. La persona transformada en recurso y lo más grave, quien invento tal término está tan orgullosa de haber sustituido el viejo arcaico y despectivo término de personal –que viene de persona- y que se refiere a un colectivo de personas con unos aspectos comunes, por el de recursos, además humanos. Hemos pasado de persona a recurso, alcanzamos el estatuto máximo: somos capital humano, entiéndase bien, somos billetitos, monedas, no personas. Valemos porque sabemos, no sabemos porque “valemos”. El dicho general “esta chica vale mucho” se sustituye por “esta chica tiene un conocimiento cuyo valor de mercado es de 30.000 brutos”. Y aún mucho más grave…mediante el pago de su importe, que no por donación, acumulamos existencias de sangre, de semen, de óvulos….Los órganos, todavía, en su mayor parte, se donan altruísticamente. Pero no faltan ya noticias de quien vende un riñón, o lo que es peor lo venden sus padres o tutores, o…lo roban, drogando a la persona, extirpándoselo y dejándola tirada en parque…y se del caso.

El Hombre ha devenido en la materia prima más importante.

Bien, la naturaleza, el hombre mismo, ha devenido en recurso, en existencia, en almacén de fuerza, energia, vida… Todo es susceptible de indefinida explotación y manipulación
La técnica se caracteriza por: la trasformación del mundo en me-mundo o no-mundo, por la devastación de la Tierra –la última expresión es el cambio climático- y la degradación de la persona al rango de recurso disponible y…reemplazable.
Sólo el hombre verdaderamente libre ante las cosas, precisamente porque está abierto a la llamada del ser, es capaz de evitar los peligros de la técnica, y abrirse a sus beneficios e incluso reconocer en ella el misterio del desvelamiento.

BIBLIOGRAFÍA:
• Javier del Arco Carabias, Biólogo y Filósofo, es profesor de Universidad y Coordinador Científico de la Fundación Vodafone España http://www.tendencias21.net/biofilosofia/
• EFECTOS SOCIOCULTURALES DEL DESARROLLO TECNOCIENTÍFICO, Esther Díaz, En Estudios Sociológicos, Colegio de México, México, Vol. XXI, Nº 62, mayo-agosto de 2003.