sábado, 22 de agosto de 2009

Sesión 7: Modernidad y Postmodernidad

ORIENTACIÓN EDUCATIVA III
QUINTO DE BACHILLERATO
TERCER SEMESTRE

LA POSTMODERNIDAD
Carlos Tartaj Sánchez

La réplica a la Modernidad viene ya de lejos. Comienza con el Romanticismo, un movimiento que apuesta por la nostalgia ya que no pretende superar al modernismo hacia adelante sino la vuelta a tiempos pasados, la Edad Media.
Es en nuestro siglo cuando la reacción antimodernista va a tomar un cariz más frontal y con cierta notoriedad. Se inicia con el protagonismo de un grupo de escritores, J. Joyce, E. Ionesco, T. Eliot y S. Beckett. El vacío espiritual, el sin sentido, la vulgaridad, la miseria humana, el cambio de una vida del bien-ser por la del bien-estar que nos está proporcionando el vivir moderno, son temas constantes y repetidos en sus diferentes escritos y alegatos.
Numerosos filósofos de esta época describen el mundo moderno como un mundo sin rumbo. E. Mounier declara que su momento histórico coincide con el final de un «ciclo de civilización». Los beneficios de la Modernidad no han compensado los prejuicios. Vivimos en un mundo en el que «nadie sabe a donde va, se ha confundido la libertad con la insolidaridad con los demás».
R. Guardini denuncia que «el hombre moderno está desalojado del centro del ser». Las ciencias intentan continuamente introducirle en categorías mecánicas, biológicas, psicológicas y sociológicas que no le pertenecen. El resultado es claro, «se habla del hombre, pero no se le ve; se va hacia él, pero no se llega; se le encierra en estadísticas, se le enmarca en organizaciones, se le manipula para ciertos fines, pero siempre se asiste a un extraño y grotesco espectáculo cuyo protagonista es un fantasma».
También en la calle está presente la desconfianza y la crítica al mundo moderno. Su manifestación es nueva y provocadora. Hippies, beatniks, provos y, sobre todo, los estudiantes de Paris en el Mayo del 68, son los protagonistas de esta contestación.
Coinciden en el desprecio a un mundo que no les gusta, vacío y sin encanto, falto de calor humano, sin referencias. Algunos filósofos jóvenes escriben sobre «la pérdida metafísica de hogar» en la que el hombre moderno se encuentra.
Muchos sociólogos del momento, al hacer análisis descriptivos y comparativos de las encuestas, coinciden en afirmar que, en el ciudadano de cualquier país moderno, pertenezca a uno u otro ámbito político, con muros o sin muros, existe una tremenda desconfianza frente al papel del Estado. Éste no sirve al ciudadano de a pie, más bien, oprime y explota. Se le siente lejano e insensible a los problemas de cada día. Se le teme como controlador por sus reglamentaciones, voraz en sus impuestos. Se le ve como ojo vigilante que le dicta normas, lo que tiene que hacer, pensar y hasta el modo de divertirse.
Hoy la contestación a la Modernidad la protagoniza la Postmodernidad. Este movimiento se ha convertido en un talante de época, ha invadido todos los sectores de vivir y sentir.
Todo es y se dice postmoderno aunque lo dicho y su aplicación sean completamente distintos.
En lo que coincide toda Postmodernidad es en la crítica y rechazo de la Modernidad. Las raíces de la razón moderna son puestas al descubierto y se detecta que en su racionalidad existe una tremenda irracionalidad; que el fundamento del progreso está viciado; que las esperanzas e ilusiones que propone la época moderna están cimentadas en el engaño.
Este rechazo general tiene modalidades, enfoques y perspectivas muy diferenciadas. Esto hace que sea muy difícil catalogar los movimientos postmodernos. Yo me voy a limitar a describir la Postmodernidad del desencanto o la post-ilustración de los postmodernos. Es el movimiento de autores como Lyotard, Vattimo, Lipovetski y Rorty entre otros. Dividiré el estudio en tres partes: en la primera, describiré las características de la Modernidad; en la segunda, la crítica que de ella hace la Postmodernidad; y en tercer lugar, el hombre y la sociedad que aparece en la Postmodernidad del Desencanto.

1. Características de la Modernidad
1.1. La razón subjetiva nuevo centro explicativo de la realidad
Con el «cogito ergo sum» de Descartes, la interpretación tradicional del mundo sufre una transformación total. Ya no son como antaño el arjé, ni Dios, los centros donadores de sentido. El nuevo eje, quicio, desde el que se explica la realidad va a ser la razón. Puedo decir que las cosas son porque las pienso y son porque puedo pensarlas. La ley de las cosas es la razón. La razón es la que decide el existir de las cosas.
Hay un nuevo Señor y Legislador: el Pensamiento. Es el dador de sentido, el que pone reglas y orden, el que decide lo que es y lo que no es en las diversas esferas del vivir humano. Para hablar del mundo, de la sociedad, del hombre y de Dios hay que hacerlo desde la racionalidad, ella es la garantía de realidad y el criterio de verdad.
Kant va a decirle al hombre moderno: «Atrévete a usar la razón». Es el único modo de salir de la «minoría de edad» en la que el ser humano ha permanecido durante tanto tiempo. «La máxima de pensar por sÍ mismo: eso es la llustración».
Toda su investigación filosófica, la crítica a la razón, el análisis de los juicios, están afirmando algo muy sencillo, el noúmeno es incognoscible, el fenómeno sí. El objeto en sí no es objeto de conocimiento sino en cuanto se provee de las condiciones del conocimiento y, como estas condiciones las aporta el sujeto, es éste el que hace que la cosa en sí se convierta en objeto de conocimiento.

1.2. La razón científico-técnica
La razón tiene sus razones y métodos diversos pero una de ellas va a imponerse por encima de todas ellas. La razón moderna por excelencia va a ser la Razón Científico-Técnica. La nueva tarea del hombre moderno es llevar este tipo de razón científico-técnica, como única razón, a todos los campos del pensar y el hacer. Eficacia y utilidad son los símbolos modernos. Planificación, control social, burocracia, significan racionalidad y logro humano.

1.3. El progreso
El hombre pre-moderno pensaba que la historia se sostenía y cobraba sentido en el acto creador e institucional, el fondo fundaba y explicaba el futuro. El hombre moderno, en cambio, defiende que es el futuro el que explica el presente. Todo está por hacer. Concordet dirá: «Habrá un tiempo en que el sol brillará en una tierra de hombres libres que no tendrán más guía que la razón». Esto es el Progreso. Desde esta perspectiva progresista todo cambia. La historia es una historia lineal, de lento pero inexorable avance. Es una historia de emancipación humana individual y colectiva, de victoria sobre la ignorancia, la enfermedad y todo tipo de explotación. Con un protagonista único, el hombre. El trabajo dirigido por la ciencia será el medio de realización de este progreso. El estado el garante de este desarrollo racional y armónico.
Las discusiones del «cómo» llegar a ello serán interminables y contrarias, principalmente entre las teorías marxistas y las burguesas capitalistas, pero en todos ellos existe la convicción clara del «que se puede». Todos los hombres modernos, sean del signo que sea, se sienten incorporados con entusiasmo a la gran marcha de la Historia.


2. Crítica de la Postmodernidad a la Modernidad

La crítica postmoderna va dirigida contra todo aquello que da sentido a la Modernidad, el modelo de razón utilizado, los valores, el tipo de hombre y sociedad que defiende. Pone en solfa los logros materiales alcanzados en esta época.

2.1. Progreso como explotación
La Modernidad ha vivido en la exaltación y en la mitificación del progreso. Ciertamente, las sociedades modernas, por medio de los adelantos científicos y la planificación económica, han logrado un alto nivel de bienestar pero a costa de la explotación de hombres y países. ¿Qué queda del optimismo histórico del progreso frente a la tremenda crisis económica? ¿Garantizan la ciencia y la tecnología una vida segura en medio de la carrera armementística y los desastres ecológicos e industriales? ¿Qué tiene que decir el ideal de Fraternidad en una situación de guerras mundiales, de campos de exterminio, de racismos Y nacionalismos fundamentalistas?
El hombre moderno ha vivido en el engaño y en el cinismo ya que defendía valores como la justicia, la solidaridad, pero no le importaba traicionarlo todo en función de vender o comprar al precio que fuese. No importaban los medios si se conseguía el fin.
Y la verdad es que el progreso que se defendía no era tan desinteresado, ni la razón tan objetiva. En el fondo, todo era dominación. La razón que pretendía ser la «diosa razón», liberadora del hombre, acaba dominándolo.
La historia no ha tenido el final feliz esperado, ha sido una historia manipulada y manipuladora. El protagonista de esta historia se ha convertido en un sujeto pasivo y alienado, no importa el ser sino el éxito y el triunfo, la apariencia y el poder. El trabajo lo único que ha producido ha sido competencia y paro, abuso y división. El estado ya no es garante del orden sino símbolo de burocracia, nepotismo y tráfico de influencias.
Nos hemos quedado sin valores. Con una sociedad en la que unos pocos luchan por mantener su saciamiento y otros muchos por alcanzar las migajas sobrantes.

2.2. La razón totalizante
La razón moderna ha sido la culpable de esta situación. De liberadora se ha convertido en la gran enemiga del hombre. Desde ella se ha querido fundamentar todo. Lo que se ha conseguido con esta razón disfrazada de ciencia, ideología y poder es el triunfo de los totalitarismos de todo tipo. Han sido los metarrelatos los que justificaban y legitimaban tal orden de cosas. La razón moderna ha originado el gran discurso monocorde, dogmático e intransigente.
De este tipo de razón hay que librarse. Estamos en un tiempo nuevo, tiempo de pequeños relatos, de contratos temporales, de pequeñas palabras, de discursos débiles, de errar incierto. Frente a la razón legitimadora y objetivadora hay que defender la razón paralógica, plural, local, pequeña y cercana.
La razón moderna se parecía al águila que con su vuelo amplio y magnifico lo ve todo desde lo alto. Es una contemplación totalizante y unitaria ya que todo lo ve en su sitio y relacionado.
La razón postmoderna quiere ser más cotidiana y vulgar pero, a la vez, más cercana y vital. Su símbolo es el gorrión. La vida de un ser pegado a una rama cualquiera en una calle cualquiera y preocupado simplemente con ir tirando de la miga de pan o la simiente que se ha perdido no se sabe como. Vida cutre, pero real y concreta. Nada de transformar la realidad sino aceptarla y vivirla en su presentismo.


3. La sociedad y el hombre postmodernos

Si se les pregunta a los postmodernos sobre el proyecto de hombre y sociedad que presentan, van a decir que eso es volver a caer en el metarrelato y en la palabra con mayúscula. No existe tal definición. Esto no excluye que estudiando sus críticas y deseos aparezca un tipo de hombre y sociedad que resumo en estos puntos.

3.1. Desencanto de la razón
La razón moderna con su defensa de la objetividad, de lo incondicionado y absoluto ha tiranizado la vida. Por eso hay que cambiar el rumbo. Hay que descubrir la subjetividad como guía, la fragmentariedad como criterio. La verdad no es verificación sino algo tan débil como el «Yo, aquí y ahora, digo esto».
El sentimiento y no la razón unilateral debe orientar el tiempo nuevo. Hay que seguir a A. Findielkraut cuando dice: «Vivimos en la hora de los sentimientos; ya no existe verdad ni mentira, estereotipo ni invención, belleza ni fealdad, sino una paleta infinita de placeres, diferentes e iguales. La democracia que implica el acceso de todos a la cultura, se define ahora por el derecho de cada cual a la cultura de su elección». El sentimiento significa expresión, aceptación de pequeñas verdades no por su objetividad sino por consentir. Hay que celebrar el desencanto de la razón moderna. Hay que sacar con alegría el pañuelo y despedir un tiempo de búsqueda orgullosa e infructuosa.
Tiene razón Lipovetsky cuando dice: ««Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo: esta es la gran novedad».
Se acabó felizmente la búsqueda casi neurótica de la verdad. Nos hemos librado con ello del peligro que significaba la imposición totalitaria del pensador o científico de turno que creía haberla encontrado. Renunciar a las grandes verdades, a las palabras con mayúscula es volver a gozar del politeísmo de experiencias e interpretaciones. Nada ni nadie es imprescindible. Ahora, lo mejor posible.

3.2. La desfundamentación
Los metarrelatos dadores de sentido son falsos. Sólo cabe el vacío, el caos, la dispersión y la falta de fundamento.
La Historia con mayúscula es un engaño. Ha sido inventada por los historiadores para justificar y dar coherencia a los acontecimientos. Solamente existen historias pequeñas y sin rumbo. No hay gran marcha sino vagabundeo, pequeños caminos de seres pequeños que caminan como buenamente pueden. No se sabe hacia donde se camina pero al menos no hay alienación y engaño.

3.3. La estetización general de la vida
Si el pasado no tiene relevancia y el futuro es sombrío lo único que cuenta es el hoy. Fallaron los modernos al sacrificar su presente preparando el futuro. El postmoderno es presentista. Estamos en el tiempo del «ya», del «carpe diem». La Felicidad futura, el Progreso, Ia Revolución y otros lemas similares son agua pasada.
Como no hay compromiso ni con el pasado ni con el futuro, como no hay vinculación alguna con nada ni con nadie es natural que la ética dé paso a la estética. Se acabaron los compromisos con mayúscula. Nada está prohibido. Hay que transformar los deseos de cambiar el mundo por los de dedicarse a cantar la alegría de vivir «No hay nada que hacer; por tanto, no hagamos nada».
En lo único que vale la pena perder energías es en la realización personal. El culto al cuerpo, el sentirse a gusto en la propia piel, lo guapo, el pasarlo bien, lo novedoso se convierte en algo fundamental. Estamos en la obsesión por lo personal. La juvenilización, los viajes, las terapias, las dietas, el fin de semana frenético y agotador han sustituido al compromiso y a la preocupación del ser auténtico. Ahora, a vivir. Al otro, que le parta un rayo.

3.4. El individuo fragmentado
Si el sentimiento es lo que priva y la razón es rechazada como dogmática y totalitaria, el individuo postmoderno va a dejarse guiar por la desintegración y la fragmentación.
Su proyecto vital no obedecerá a una coherencia sino a una conveniencia. Todo debe ser débil. Hay que huir de todo compromiso que pueda engendrar dolor y dependencia. El amor duradero mata al amor. Los compromisos fuertes hacen vulnerables a las personas. El individuo tiene al grupo no el grupo al individuo, cuando aquel no interese, lo mejor es marcharse. El hombre moderno se identificó con Prometeo, el que robó a los dioses el fuego para entregarlo a los hombres. El fuego nuevo era la ciencia que permitiría al hombre ser dueño del universo.
Los existencialistas prefieren a Sísifo. Condenado por los dioses a subir una enorme piedra a la cima de una montaña, veía como la piedra volvía a rodar de nuevo al fondo cada vez que intentaba subirla. De este modo se sentía el europeo de postguerras al reconstruir, una y otra vez, su vida y su casa. Narciso será el personaje mítico postmoderno. Simboliza la juventud, la felicidad inmediata, la vida a tope. ¿Para qué soñar futuros vanos y subir esfuerzos que son fracasos? Dejemos la piedra en su sitio, que se queden los dioses con su fuego Y que nos dejen vivir en paz.

3.5. Religiosidad a la carta
Una de las características de la Modernidad era el olvido, la muerte de Dios. El hombre se bastaba a sí mismo. Frente a la Providencia pondría la producción; frente a la oración, el trabajo.
La Postmodernidad, en su oposición a la Modernidad va a defender el retorno de lo religioso de una manera ostentosa, pero especial. En las librerías postmodernas van a alternarse los libros sobre el cuidado personal, las técnicas sexuales, los amuletos, las pócimas, los calendarios astrales, barajas adivinatorias, santos protectores. Las viejas estampas con la tela tocada por alguien especial van a combinarse con piedras extraídas de lugares telúricos y fundamentales.
Cualquier hierba es perfectamente combinable con el incienso. Es época de sectas, de adoraciones, de experiencias pseudo-místicas.
Y es que el Dios que defiende el Postmodernismo está en consonancia con su sentido narcisista. Es un «Dios débil» en una religión descafeinada. La religión para el Narciso postmoderno es defendida no por Dios sino por él mismo, significa relajación, experiencia de otros mundos para el propio yo. Lo sagrado es vivido como problemático, misterioso, fascinante, algo «guay». Dios, por otra parte, es algo cálido y emotivo, y eso interesa.
Un Dios así no es exigente, sino confortable, a la medida, a la carta. Es un Dios de bolsillo que ni compromete ni exige.
(•Tartaj-Sánchez-C. _ARAGONESA/02. Págs. 31-37)
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Bibliografía
LYOTARD J.F., La condición postmodema, Madrid, 1984.
LYOTARD J.F., La postmodernídad, Barcelona, 1987
VATTIMO G., El fin de la modernidad, Barcelona, 1986.
GONZÁLEZ-CARVAJAL L., Ideas y creencias del hombre actual, Santander, 1981.
MARDONEs J.M., Postmodernidad y cristianismo, Santander, 1988.